Cuando me despierto, cuando escucho música, cuando me divierto, cuando me pierdo, cuando no encuentro sentido a nada, cuando río, cuando rompo a llorar, cuando escribo. Para todo. Él es mi inspiración.

Y cuanto más me llenaba de sus impulsos, de su pecho sereno, de la impaciencia de sus manos, de los abrazos sin réplicas, de los bocaditos por los brazos, de todas esas ganas suyas, más feliz era. Hubo también tiempos raros, cuando nos mirábamos y solo decíamos lágrimas. A veces, encontraba su cuerpo tumbado, carne desparramada, desganada, de un esparcido lento, doloroso y abrasador como lava. Otras era bomba expansiva, incontrolable. Pero le amo en cada uno de sus estados, ya lo sabe.
Escribo algunas líneas entre trayecto y trayecto del tren, en vagones llenos de desconocidos, maletas, bicis y olores del mundo o del inframundo que nada saben de nosotros. Pero a mí me gustaría correr como una loca por el subsuelo y gritar: "¡Me encantan los pliegues de su tripa, sus nalgas duras y el lóbulo de sus orejas!" Y después, cuando le tuviera delante, dejaría que me aflorara a base de risas ese sentimiento que tuve desde el principio; "yo a ti te conozco de antes".
Ahora te veo llegar, vas con una camiseta blanca y un pantalón corto. Caminas rápido, andas con ritmo. Hormigueo. Mi estómago anticipa que tus abrazos me romperán y me recompondrán por completo. Me devuelves a la vida. Resurrección, como si me sumergiera en un océano de agua fría. Nervios. Despiertas mis instintos, incontrolables. Y digo; "¡María, estás hasta los tuétanos, estás enamorada hasta los tuétanos!"