22/3/14

Al abuelo Ángel

Abuelo, estoy sentada en la vieja poltrona aloque, la preferida de tus siestas y parezco una reina pobre. Sí, la que sabe de ti tanto o más que la santa cadena que abraza tu cuello, supongo. La poltrona huele a uva fermentada en agosto, a vino abocado. Igual que tú, abuelo. Igual que la cama blanca del hospital, que ahora también se llena de agosto y uva fermentada. Abuelo, ¿qué tal?
    Tu pájaro, bueno, el mío desde que no estás, o mejor, nuestro gorrión, observa desde la casa rejada que es su jaula a la gente que va y viene, que sale y entra en su vida de gorrión. Mira en derredor con ojos de lunar oscuro y le sale un piar festivo, entendedor, como si compartiera la farándula adolescente de Laura, como si de verdad cupiera en su buche de nubarrón un alma humana. Pero abuelo, ¿qué conocerá él de la enfermedad y la indiferencia? Qué sé yo, quizá mucho, quizá nada. ¿Tú qué crees?
    Nuestro gorrión siempre amanece cantando, es como un niño gordo de San Ildefonso, pico de oro y reclamo engolado. Díselo de esta manera a la doctora de los ojos negros, la que tiene el gesto grácil y la boca de mazapán, cuando te traiga el desayuno, que ella se alegra con esas cosas de vida sencilla. Seguro que sonríe y quizá contagie a Damián su risa de niña provinciana. Por cierto, ¿sigue maldiciendo en sueños? Eso es que a Damián no le gusta la comida del hospital y al dormir, libera sus anhelos en forma de chuleta y chistorra, ya sabes lo que piensa de los purés. “Comida para perros”, confesó una vez.
    Dile a “ojos negros” que el gorrión, después de cantar, agita las alas y espolvorea aplausos nacidos del instinto. ¿Sabes? nunca teme a mis manos ni a lo que podría hacer con ellas. Ahora tengo su carne de magdalena entre los dedos y le cuelgan unas cómicas patitas de saltimbanqui. Abuelo, el gorrión me hace pensar en ti. Me hace pensar en tu renuente barrigota y en ese par de piernas cenceñas que son de cualquier cuerpo menos del tuyo, otro más fuerte, más ágil, menos viejo. Tú eres el gorrión. Por eso la doctora te cuida con amor de pájaro, delicada, humilde y desinteresadamente. Sí, eso creo. Entonces, mira qué tontería, también creo que un amor de pájaro debe de ser lo más bonito del mundo. Con la mirada, con un corazón que mira, trata sentimientos igual que trata riñones o pulmones y cuando le rebosa la humanidad por los ojos, descubres lo que sana una mano cercana. Como nuestro gorrión, abuelo, confías y te dejas cuidar. Y ella, sentada en el filo de la cama, atiende tu sufrimiento lo mismo que yo atiendo al gorrión cuando canta. Y reparte más besos que medicinas. Y sabe que prefieres el vino tinto al blanco. Y eso no es otra cosa sino un cariño avicultor, lo que cura y hace libre, abuelo.