25/9/10

DESLEALTADES COMUNICATIVAS

No tengo claro por qué decidí ser periodista, de lo único que estoy segura es que no fue por vocación, o tal vez sí, pero ya no lo recuerdo. Quizá fueron los años, con el peso de la pericia, quienes emborronaron un poco aquellas eminentes ilusiones. Comprobé que mi idilio con la comunicación se resquebrajaba a base de desengaños, hasta que tomé la decisión de cambiar mi romance por una fiel amistad. Desde entonces, nuestra relación es sincera, ella me reconoció sus deslealtades para ahorrarme mis quimeras, y yo prometí contaminarla sólo lo justo y necesario. Al menos ahora nos reímos la una de la otra.

El problema es que la comunicación se casa fácilmente con cualquiera, con cualquiera que tenga dinero, y de ahí surgen sus ocultos matrimonios de conveniencia. Yo, ilusa en mis comienzos, me enamoré del mundo de la información seducida por su papel de contrapoder, por su valor como herramienta de denuncia y cambio social. Me estampé de lleno contra la pared. Poco a poco, como esposa que huele el engaño, fui merodeando en el entramado comunicativo, analizando su estructura y observando cuáles eran sus amistades más cercanas. Entonces comprobé lo que ya sospechaba.

Encontré varios pares de manos que agarraban con fuerza las cuerdas de títeres con cámara al hombro y pluma entre los dedos. Mentes mercantiles que fabrican el qué decir y el cómo decirlo. Ellos fueron los que inventaron la censura por sobreinformación. El resultado es el discurso narcótico de los medios, los aparentes debates, la falta o falsa diversidad ideológica, el chiste fácil y el entretenimiento forzado. De estas sustancias se alimenta la sociedad, que se cree consumidor de exquisiteces sólo porque nunca probó otra cosa. Conformados con el conformismo, la sociedad se deja engañar por el dulzor de la mentira suave que es mucho más deliciosa que las verdades avinagradas. Al percatarme de que todos, incluído el comunicador, somos inevitablemente arrastrados y absorbidos por la laberíntica trampa del sistema, quise al menos salvarme de la manada social adoptando una posición crítica. Es la única manera de poder salir de vez en cuando del rebaño. Y nada más difícil hoy en día que encontrar a una persona con capacidad de evaluar y juzgar al mundo que le rodea, sin que sus argumentos suenen a patraña o a opiniones remascadas. Por eso cambié mi romance comunicativo por la camaradería, porque quise ser sincera con mi profesión desde el principio. Nunca podré amarla por completo, ella se mueve en parcelas demasiado confusas y yo aún sigo en el intento de escuchar lo que gente sólo oye y de observar lo que parece que la gente ve.