Quise ser un poco
princesa y esperé a que el reloj marcara las doce. Cinco minutos
después, con la luz apagada, me apeteció olvidar el romanticismo.
Agarré a dos manos la evidencia de un hombre desnudo, como si
sujetara el extremo de la cuerda que fuera a salvar mi vida.
Mientras, él buscaba mis alegrías con la punta de la lengua. Nos
entendimos. Cuando la escena se llenó de intimidades, la vergüenza
se me antojó estúpida, entonces relajé las piernas y su barba, que
sabía que la humedad se esconde bajo las sombras, siguió el camino
correcto.
Hay oscuridades que
huelen a placer y la de aquella anoche fue buscada. Con el rostro en
llamas, le supliqué una vez más y las siguientes veces vinieron
solas. Primero lento, luego más rápido. El tiempo, metido en la
cama, transcurrió al ritmo de nuestros vaivenes. Nos besamos la piel
y jugamos a querernos como si el amor nunca nos hubiera dolido.
Recuerdo cada dedo y sus efectos, el suspiro ardiente, el
sexo agradecido. A la mañana siguiente, aún con el sabor del cuerpo
en la boca, protegimos el recuerdo con repeticiones. Nos despegamos
sin saber muy bien el por qué, era tarde o muy temprano. Me vestí y
le dejé un beso en la mejilla como si fuera el único trozo de carne
que me quedara por conocer. Ayer, lo volví a ver, a eso de las once
menos cinco de la noche. Yo estaba hambrienta y él decía que tenía
frío.
A B.M.S.
Era irremediable que de sus historias de noches alegres y madrugadas turbias no surgiera la inspiración.
Prometo más y mejores.
A B.M.S.
Era irremediable que de sus historias de noches alegres y madrugadas turbias no surgiera la inspiración.
Prometo más y mejores.