11/12/13

A las doce de la noche

Quise ser un poco princesa y esperé a que el reloj marcara las doce. Cinco minutos después, con la luz apagada, me apeteció olvidar el romanticismo. Agarré a dos manos la evidencia de un hombre desnudo, como si sujetara el extremo de la cuerda que fuera a salvar mi vida. Mientras, él buscaba mis alegrías con la punta de la lengua. Nos entendimos. Cuando la escena se llenó de intimidades, la vergüenza se me antojó estúpida, entonces relajé las piernas y su barba, que sabía que la humedad se esconde bajo las sombras, siguió el camino correcto.

Hay oscuridades que huelen a placer y la de aquella anoche fue buscada. Con el rostro en llamas, le supliqué una vez más y las siguientes veces vinieron solas. Primero lento, luego más rápido. El tiempo, metido en la cama, transcurrió al ritmo de nuestros vaivenes. Nos besamos la piel y jugamos a querernos como si el amor nunca nos hubiera dolido. Recuerdo cada dedo y sus efectos, el suspiro ardiente, el sexo agradecido. A la mañana siguiente, aún con el sabor del cuerpo en la boca, protegimos el recuerdo con repeticiones. Nos despegamos sin saber muy bien el por qué, era tarde o muy temprano. Me vestí y le dejé un beso en la mejilla como si fuera el único trozo de carne que me quedara por conocer. Ayer, lo volví a ver, a eso de las once menos cinco de la noche. Yo estaba hambrienta y él decía que tenía frío.


A B.M.S. 

Era irremediable que de sus historias de noches alegres y madrugadas turbias no surgiera la inspiración. 
Prometo más y mejores.