10/10/12

Marineros bravos de Londres

Esta tierra no huele, atufa a nervios sueltos. De noche, sabe a húmedo y a cajón abandonado. De día, a aliento de bostezo y bocas de metro. Es una ciudad con pena, de lágrima fácil, siempre con el rostro turbio, cansado, tiene una cara tan rendida como las expresiones ajenas que conozco y vuelvo a desconocer en los tiempos perdidos de espera. Pero ahora, hasta la mía me resulta distinta.

Creo que mudé la piel, o algo más interno, porque me escuece muy adentro por culpa del desazón que carga mi alma y esto es así desde que no veo mi calle Gracia, tan empinada en agosto como peligrosa en abril. Nunca supe que la echaría tanto de menos. A ella y a la pintoresca plazita San Agustín. En Londres, hay mucha pompa para albergar escondrijos así. Aquí lo único diminuto son las personas, trocitos de carne que deambulan igual que hormigas por encima y por debajo de la tierra, a todas horas y en todas partes. No existe la soledad sino solitarios y la tranquilidad se concentra en una taza de té. Remuevo ese sosiego, le pongo dos de azúcar y la infusión me devuelve morriña; barro en los zapatos de mi padre, tostadas de picadillo, olor a colegio de Laura, vaharadas a roseta quemada los viernes por la noche. Después, el recuerdo sale de paseo y siempre descansa frente a un paisaje de olivos. ¡Con las veces que cerré los ojos para imaginar otras vistas y ahora los entorno para volver a ellos! Era necesario venir aquí para darme cuenta que Jaén es la única ciudad en todo el mundo que sabe al bizcocho de limón de mamá.

Londres tiene magia aunque no encanto. Es tentadora, versátil, diversa, oportuna pero también ajena y distante. Digamos que seduce pero nunca llega a enamorar. El primer día que llegué recuerdo que me sentí como si acabara de penetrar, con una corrompida barca de madera, en un mar profundo salpicado de escollos. Sin salvavidas, sin remos y sin capitán. Con la misma angustia escalofriante de quien necesita respirar y todavía ve la superficie demasiado lejos. Casi seis meses después, algunas noches el agua me llega por debajo de la nariz. Por el momento, me mantengo a flote gracias a sostenes perecederos. Eso sí, tengo trabajo, el más caduco de todos mis soportes que, como un cuentagotas, dispensa el dinero muy lentamente pero absorbe la salud con mucha prisa. Sin embargo, lo que hiere de verdad es reconocer que le di "un tiempo" a esto del Periodismo. Lo dejé allí, dentro de una redacción local de mi pequeña ciudad. Muerto. Me obligaron a hacerlo. Como yo no calculo cuantos periodistas más. Así que cambié las noticias, las ruedas de prensa y mis temidas entradillas de ocho líneas por un "bareto" de diez mesas y un jefe explotador. Historia como la mía llenan las calles de Londres, anónimos valientes que salieron de España con muchas excusas bajo el brazo, entre ellas; aprender el idioma. A ellos, a los que navegan con barcas de madera en esta odisea, van dedicadas estas líneas.








2 comentarios:

  1. Esto no puede no tener comentarios, a mi me parece sencillamente genial. Me siguen dando ganas de llorar porque la verdad es que Jaén es la única ciudad en todo el mundo que sabe al bizcocho de limón de mamá...
    ánimo nena, lo peor de todo sería no tener a dónde volver.

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